El simbolismo del tigre y
el dragón en los caballeros del Zodiaco.
Por: Sergio Adrián Palacio.
El
símbolo
El
símbolo acude a cada momento como expresión visible de lo que se actualiza en
la experiencia, lo que se hace visible a la consciencia y se abarca como
comprensión intuitiva pues este incorpora siempre un contenido que no es
expresable a totalidad. Kerenyi afirma que el símbolo posee esa incapacidad
para ser expresado porque procede de aquel reino intermedio de la realidad
sutil, que sólo puede ser expresado por medio del símbolo. Por tanto, todo lo comprendido genera un
abstracto simbólico del ser interno que se hace presente en la vida cotidiana
como discurso desplegado en la conversación con otros, incluyendo en ello, las
relaciones interpersonales, familiares, la psicoterapia, el intento de hacer diarios,
cuadros o creaciones artísticas. El inconsciente deja abierto el flujo de
símbolos hacia la consciencia, aflora espontáneamente y es de carácter
colectivo, lo que implica una diversidad de símbolos que a medida que emergen
van amplificando el campo de lo consciente y aligeran los límites del Yo,
evitando en cierta medida, ser tragado por la esencia profunda del símbolo, que
es el arquetipo.
Para
Jung el símbolo es el equilibrador de la
psique porque transforma la energía libidinal y le permiten tener un
equivalente, una imagen visible que facilita su incorporación en la
consciencia. Esas representaciones psíquicas o símbolos poseen “simultáneamente
carácter de expresión y de impresión, puesto que por una parte expresan
plásticamente el accidente intrapsíquico, y por otra- una vez que ha devenido
la imagen-, merced al contenido de su sentido, impresionan a este accidente, y
de este modo continúan haciendo mover la corriente del fluir psíquico”
(Jacobi, 1963:67). Se llama accidente
intrapsíquico a la manifestación indeliberada del símbolo, lo cual expande y
transforma la consciencia. En cierta medida la espontaneidad simbólica que hace
del inconsciente un medio amplificador se va logrando a medida que se penetra
en capas más profundas de la experiencia. Al principio la experiencia personal está
abarcando un área que corresponde a los traumas o complejos infantiles, lo que
hace una esfera conocida por el yo, a la cual no se desea ingresar y que limita
la comprensión de lo simbólico. Luego de confrontar este material, el yo es
fortalecido, y con ello la naturaleza arquetípica inicia su afloramiento con
mayor claridad mediado por la imagen simbólica que lleva en su núcleo la
presencia de la energía arquetípica que hace renacer, transformar y trascender
la experiencia.
“Por
ejemplo, en la serie de lo femenino aparece primero claramente dibujada la
imagen onírica real de la madre todavía en todos sus detalles y en su
significación diurna estricta; después esta significación se ahonda y
acrecienta hasta llegar al símbolo de la mujer en todas sus variaciones, como
compañera sexual contraria; al ascender la imagen de una capas más profunda
presenta rasgos mitológicos, es un hada o un dragón; por último aparece en el
material de la experiencia colectiva humana general, que yace en los más
profundo, como oscura cueva, como infierno, como mar, como submundo, para
devenir en su última significación a la mitad de la creación, el caos, la
sombra, lo concebido” (Jacobi, 1963:67).
Estas
manifestaciones forman una especie de corpus mítico de orden personal pero que
se vincula con material ligado al mito, las leyendas, las creaciones
culturales. Esos símbolos no son creados por la consciencia sino revelados por
medio de la intuición. A medida que
surge una imagen simbólica, y se percibe en un ser que ostenta capacidad artística,
o bien consciencia de sí mismo, de sus procesos psíquicos, se reactualiza, se
dinamiza, se modifica la consciencia. En ese sentido, cuando surge un medio
simbólico, por ejemplo un poema, un cuento, una obra de arte, una narración
dialogal, un anime, un filme, una conversación terapéutica, etc., este se
transforma en una narración, ya sea visual, verbal o escrita, que contiene la
dimensión profunda de la manifestación arquetípica. La fijación externa de este
material - ya sea verbal, artística o dialogal-
permite acercase a lo inexpresable de la emergencia arquetípica y con
ello se puede ingresar, siguiendo el símbolo, a su verdadera forma, es decir su
sentido profundo que será ahora visible para la consciencia. Es visible porque
se presenta como una narración oral, pictórica o escrita que busca contar cómo
se manifestó la experiencia psíquica.
Esa
narración, en tiempos más arcaicos, se le llamó mito, ahora, puede denominarse
como manifestación humana bajo formatos ligados al arte o al mismo lenguaje,
pero en sí no se ha perdido la intención de hacer simbólica la vida cotidiana.
En cierta medida, la diferencia entre el pensamiento mítico, y el pensamiento
moderno, es abismal. El primero se caracteriza por ser un pensamiento que no intenta explicar mediante el mito,
sino mostrar cómo fue aquella remota presencia divina donde emergió el símbolo,
donde se manifestó lo profundo, lo arquetípico. Por ejemplo, ellos no quieren
explicar por qué no llueve sino que buscan revivir la presencia del dios que
permitió la lluvia y la fertilidad. Se configura su efecto sobre lo colectivo,
sobre lo que a todos representa lo mítico, como elemento que revive, renueva la
vida.
El
segundo suprime lo colectivo para intentar un fin personal, valora al yo como
elemento racional, dominador de la experiencia y construye instancias de
instrumentalización de la naturaleza, la vida misma e incluso el rebasamiento
de las instancias espontáneas del devenir humano. Con ello, la consciencia se
escinde. Se restringe la experiencia de lo inconsciente creyéndole una mera
manifestación creada por el mismo Yo y bajo esta ceguera se genera un discurso,
unas imágenes simbólicas, una serie de áreas de dominio social bajo influjos
políticos, ideológicos, etc., que mantienen dormida la consciencia. Es un
pensamiento que hace resurgir una mitología antigua dirigida para dominar,
crear modos de ser y pensar, que se entrecruzan con el vandalismo, el
exterminio, el racismo, etc. Es un mito tecnificado que envenena al hombre en
sus sentidos profundos y espirituales. Se dedica a la publicidad de la culpa,
crea bagajes que sostienen la ignominia como precepto social e incluso de orden
moral, auspicia el odio y la repulsa sobre el otro que no es semejante. Surge
de todo ello una serie de conflictos sociales que se incrementan por la
presencia de líderes oscuros que no comprenden que ellos son símbolos míticos,
la presencia visible del poder encarnado, la posibilidad de entrar en
consonancia con propuestas más nobles, humanas, que abarquen una posibilidad de
respeto y protección de la vida. Esos líderes son invadidos por arquetipos
oscuros que los tornan en estados psicóticos, caóticos y polarizados donde
crean afrentas que no pertenecen al pueblo sino que surgen de su interno estado
de desbarajustes. La culpa de un pueblo, su pesadez histórica por haber matado
a otros que eran sus hermanos, y la particularidad de su idiosincrasia ligada
con los conflictos raciales, no crea más que un amasijo de sujetos que
mantienen la esperanza de ser salvados de la culpa sin la responsabilidad que
admite comprender el pasado pues este inviste una marca o cicatriz aún visible
a pesar de oscurecerse con el paso del tiempo.
De
ese modo el mito ha dejado de ser lo que los antiguos seres humanos comprendían
como una historia que acontece en un mundo posible y es tomado, bajo
esa posibilidad existente, como real. Los temas míticos tratados revelaban al
pueblo las imágenes primordiales que dieron origen a la presencialidad del
mundo: el héroe que en tiempos primigenios robó el fuego, enseñó a tejer, a
cocinar, a cultivar la tierra, a fertilizar los úteros, a crear una
herramienta, un control de parentesco, etc. El modo de ser mítico de los pueblos
primigenios, es un arte que acontece para lograr la configuración del mundo:
las imágenes emergen en la experiencia individual, y son mediadas por un sujeto
iniciado. Luego se acumulan una tras otra, eclosionan en la tierra fértil de la
tradición sagrada y florecen como manifestaciones míticas del espíritu de la
época.
En la actualidad el mito como se
indicó antes se liga con la oscura presencia de odios que construyen obstáculos
y esa parte interna tendiente hacia la apertura de la consciencia, es derrotada,
vencida y se llena de prejuicios en vez de potenciales. Lo colectivo reacciona
ahora ante el otro de manera violenta para lograr la compensación pues el
centro que dirige el mundo, es la unidireccionalidad del pensamiento
individualista que es fomentado con un proyecto mítico que no alimenta las
instancias del ser y desata el exterminio de el desconocido, el extraño, el
diferente. El mito se ha roto como elemento simbólico, ya no contiene más a los
dioses, los cuales cayeron rendidos por los procesos tecnócratas que han
regulado el mundo.
La muerte, por ejemplo, es otro
símbolo que ha sido reducido a una instancia racional. Se tecnifica el ritual
bajo el dominio de lo económico y el muerto es rápidamente desaparecido en un
horno crematorio. El símbolo de la muerte, ese profundo extrañamiento, es ahora
silenciado y erradica todo intento de proyectar en el muerto todos aquellos
contenidos tan necesarios para el duelo, la soltura y la despedida para el que
estuvo vivo. Esos contenidos no se dirigen a ninguna parte o al menos, no van
al muerto, con lo que es probable que queden en el mismo sujeto, pero el
silencio de su presencia se agudiza porque lo colectivo está obligando, por no
decir negando, que la profunda experiencia de la muerte modifica la consciencia
pues es la que permite comprender el ciclo vida-muerte-vida que se acoge a la
existencia misma. El mito moderno erradicó la imaginación y los símbolos,
destinándolos a un ocultamiento de su legado revelador. Jung (1972: 72: H and S)
afirma al respecto:
“Al crecer el conocimiento
científico, nuestro mundo se ha ido deshumanizando. El hombre se siente aislado
en el cosmos, porque ya no se siente inmerso en la natuaraleza y ha perdido su
emotiva ¨identidad inconsciente¨ con los
fenómenos naturales. Estos han ido perdiendo paulatinamente sus repercusiones
simbólicas. El trueno ya no es la voz de un dios encolerizado, ni un rayo su
proyectil vengador. Ningún río contiene espíritus, ni el árbol es el principio
vital del hombre, ninguna serpiente es la encarnación de la sabiduría, ni es la
gruta de la montaña la guarida de un gran demonio. Ya no se oyen voces salidas
de piedras, las plantas y los animales, ni el hombre habla con ellos creyendo
que le pueden oír. Su contacto con la naturaleza ha desaparecido y, con él, se
fue la profunda fuerza emotiva que proporcionaban esas relaciones simbólicas. ”
Por ello, la mayoría de las personas
no toman consciencia de la mitología que construye el mundo porque la ciencia
les ha dicho cómo es todo y se ve como inverosímil tomar en cuenta lo que dijo
el mito sobre el nacimiento, las pasiones, las condiciones humanas, la manera
de ser hombre o mujer, etc. Con esta mirada sujetada a la explicación de los
fenómenos del mundo, la conciencia se opaca, se duerme, gira alrededor de lo
racional y recusa todo intento de ver el universo con los ojos de la imaginario
o simbólico. Se construye la experiencia del yo, centro de la consciencia, bajo la idea
de dominio absoluto de todo lo natural y el rebasamiento de lo incivilizado, en
esto último se encuentra el mito y el símbolo. Se proyecta entonces sobre una
religión ya civilizada, una ciencia apreciadora de la instrumentalización y
unas instituciones con pretensiones de toda índole que permiten crear un confort
aparente alejado de lo simbólico. Pese a todo ello el símbolo continúa
emergiendo porque según Creuzer este es un rayo que inmediatamente, desde el
oscuro fondo del ser y del pensamiento, alcanza nuestros ojos y atraviesa todo
nuestro ser. El símbolo seguirá vivo a pesar de los intentos de silenciar su
experiencia en la vida. Sigue emergiendo en el sueño, las creaciones
artísticas, el arte, la moda, los juegos colectivos, el cine, el anime, etc.
El símbolo como acontecer de la
creación.
La conclusión anterior es que el
símbolo, pese al intento moderno de amoldarlo y controlarlo, es libre en los
procesos creativos. Algo sucede en el artista cuando de repente le llega una
idea para hacer de ella una expresión de arte. El acto creativo, es sin duda un
enigma que no se resuelve. La necesaria dedicación a un arte combina asuntos
medidos conscientemente, ligados al gusto y la motivación, pero en el fondo su sentido profundo se
desprende de una sensibilidad antes los espontáneos chispazos que surgen de la
entrega total a la creación. El artista considera todo aquello que acontece en
su ser interno y su experiencia, le permite entrar a mediar las manifestaciones
arquetípicas, las cuales llevan consigo abrumadoras revelaciones simbólicas que
son plasmadas en la obra. La crisis psicológica personal, ligada a una
disposición de conciencia intuitiva y quizás introvertida, le permite al artista, salir airoso de aquel
mundo arcaico, ese mundo del inconsciente colectivo, donde los arquetipos
surgen mediados por imágenes que se encausan hacía sus representaciones
artísticas.
“Quien habla con imágenes primitivas, habla con mil voces,
conmueve y subyuga; al mismo tiempo subraya lo que señala; lo fugaz y lo
acontecido, una vez en la esfera de lo siempre existente, exalta el destino
personal elevándolo a la categoría del destino de la humanidad, y a causa de
ello desata en nosotros todas aquellas fuerzas compasivas que de cuando en
cuando han hecho posible a la humanidad salvarse de toda clase de peripecias y
sobrevivir a la larga noche… Este es el secreto de la acción del arte” (Jung
citado en Jacobi, 56).
Dichas imágenes o símbolos se
configuran como medio para que el colectivo proyecte sus instancias anímicas y
llene con su propio ser lo que en lo profundo contiene la expresión estética.
El artista es de esta manera un guardián de las tradiciones, puede romperlas,
modificarlas o reactualizarlas bajo la vivencia creadora y de ese modo empieza
a decir con su lenguaje artístico lo que el colectivo necesita escuchar, ver,
escudriñar, matar, elevar o meditar. Él inviste el potencial mediador de las
diferentes realidades psíquicas que le advienen mediante el sueño, el estado de
éxtasis, el dolor, la experiencia de vivir. A veces el artista es un loco, un
advenedizo de su tiempo, un ser caótico, afligido y enfermo, pero no es esto un
estado individual aunque su cuerpo sea el receptor de la enfermedad. Más bien,
el artista, al ser receptor de los contenidos arquetípicos de su época y
sociedad, tiende a reflejarlos en su manera de ser artística por lo que no es
raro encontrar en su obra, la presencia
de ese mundo real trasladado hacia imágenes que lo simbolizan. La sensibilidad
que otorga el arte le da el potencial suficiente al artista para hacer un
puente entre la manifestación de lo arquetípico y la realidad que intenta
manifestar. Gracias a ello, la imagen simbólica dialoga con lo colectivo. El
artista, dotado de la inteligencia, la sensibilidad y la fortaleza anímica,
imagina la obra mediante un proceso de trabajo técnico, intuitivo y
experiencial que le concede al grupo que le acoge como artista, la posibilidad de vivenciar las imágenes
primordiales que ocurren en él como sujeto individual, porque es portador de
las realidades psíquicas – en el fondo sus propias realidades- de su pueblo. La
particularidad es que él pone su individualidad,
a favor de su crecimiento anímico y el de su comunidad, para fortalecer ambas.
Manifestación artística.
Masami Kurumada es el creador de un anime famoso:
Saint Seiya o mejor conocido como Los caballeros del Zodiaco. En esta
manifestación simbólica, de origen japonés,
ofrece un abanico amplio de actualizaciones míticas que van desde lo
griego, romano, celta, chino y japonés. Miles de nombres, lugares, escenas
míticas, símbolos sagrados, contenidos filosóficos, religiosos y antropológicos
son presentados a un público que no sabe de qué le hablan pues no considera
importante, incluso no llega a pensar, que un anime proponga una larga cadena
de líneas de sentido, las mayoría ligadas con la experiencia de trascendencia,
respeto, amistad y amor. Tras esos
dibujos de ojos grandes, sus largas batallas, se esconde un modo de ver lo
simbólico combinado con un esfuerzo de actualización de contenidos arquetípicos
que en definitiva se constelan con quien los visualiza.
El intento ahora es explorar y amplificar el
simbolismo que se resguarda en algunos de los personajes de la serie, con el
fin de actualizar los sentidos ocultos tras el velo del dibujo y la animación.
En sentido concreto es entrar en el simbolismo del tigre y el dragón que
encarnan dos personajes reconocidos en este anime. El primero es Dohko, el
anciano maestro de las montañas de Rozan y el segundo, su estudiante Shiryu, el
caballero Dragón. Ambos, son imágenes simbólicas llamativas en cuanto
resguardan valores, modos de ser y sentidos enigmáticos. Por ejemplo, ambos
tienen su espalda tatuada con la naturaleza que les caracteriza: el tigre y el
dragón. Es lógico que un caballero
llamado dragón vista una armadura y tenga la constelación protectora, acorde
con el mismo. Pero cuando Dohko rejuvenece en la saga de Hades, haciendo
visible el tigre trazado en su espalda, las preguntas comienzan a rodar pues ni
su armadura, ni sus ataques, corresponden a su naturaleza de tigre. Su
exterioridad es de tigre, su interioridad de dragón. Al indagar en la cultura china podemos
percibir que este asunto de crear un personaje como Dokho, se basa en las grandes doctrinas taoístas del Yin
y el Yang donde estos animales
representan dos fuerzas antagónicas. Todo se remonta a un mito chino que relata
cómo el universo fue creado por un primer ser llamado Pan Gu:
“En medio del cielo y la
tierra, que estaban juntos y mezclados como si fuera un huevo, nació Pan Gu. El
cielo y la tierra tardaron dieciocho mil años en separarse. Lo Yang, que era
claro, fue haciéndose el cielo, lo Yin, que era turbio, fue haciéndose la
tierra, y en medio cambiaba Pan Gu sin parar hasta que su sabiduría llegó a ser
tanta com ola del cielo y su fortaleza tanta como la del cielo y su fortaleza
tanta como la tierra. Durante aquellos dieciocho mil años el cielo fue bajando
otra vara y Pan Gu fue creciendo otro tanto; y así estuvo sucediendo hasta que
llegó el cielo al tope por arriba, la tierra por abajo y Pan Gu al máximo
tamaño. ”
El Yin/dragón es el principio pasivo, femenino,
nocturno, oscuro, frío y el Yang/ tigre, es el principio activo, masculino,
diurno, luminoso, calor. Ambos al unirse a partir del qi nacido del universo
forman las cuatro estaciones del año, que a la vez, gracias a la expansión del
qi, se da origen a los mil de seres del universo. “El fuego nació de la
acumulación de qi caliente de signo Yang, y lo más puro del qi del fuego se
convirtió en el sol. El agua nació de la acumulación de qi frío de signo Yin, y
lo más puro del qi del agua se convirtió en luna. Y los demás astros del
firmamento nacieron de lo más puro de los resplandores que emitían el Sol y la
Luna en movimiento. Y el Sol, la Luna y los demás astros del firmamento fueron
a parar al cielo, y el agua, la lluvia, el polvo y los sedimentos fueron a
parar a la tierra.”
Esta acción creativa de las fuerzas Yin y Yang se
muestran simbolizados en el diagrama de Taiji o Taigitu, donde las fuerzas de
la naturaleza están en equilibrio. El negro y el blanco, que se complementan
entre sí, integran un movimiento continuo de mutua generación. La realidad es fluida,
constante, dinámica por lo tanto, todo lo que existe contiene tanto el
principio del Yin que da origen al Yang y el Yang que da lugar al Yin. El uno
sin el otro no es posible. Es un ciclo caracterizado por la manifestación de
las fuerzas que al alcanzar su punto extremo manifiestan el germen de lo
contrario. Es por esto que vemos que el Yin, blanco, contiene un pequeño punto
negro, de carácter Yang y en la otra polaridad ocurre lo contrario. Ese es el principio de oposición, donde un
contrario tiende hacia el otro para incorporarlo y de ese modo concretar la
unificación de la totalidad.
Tal equilibrio
también es representado por el Tigre y Dragón. En el siglo IV y V se realizaban
fiestas los días de luna nueva y de luna llena alrededor de estos simbolismos.
“El enroscamiento del dragón y el juego del tigre se preparaban como expone el Escrito Amarillo (Huangashu): el dragón
y el tigre, animales del este y del oeste, representan el primero el yang, y el segundo el yin, y sus juegos son la unión del yin y el yang. No existe registro de
cómo era la ceremonia en sí, sólo un testimonio por parte de Zhen Luan, un
taoísta convertido al buddhismo que dice así:
“Cuando yo tenía
veinte años, me gustaban estas prácticas taoístas e iba la monasterio para
estudiarlas. Primero me enseñaron el procedimiento de la mezcla de los soplos,
de los Tres, de los Cinco, de los Siete y de los Nueve, y de la unión de los
muchachos y muchachas [ordenadas por] el Libro Amarillo. [Se juntan] los cuatro
ojos, los cuatro orificios nasales, las dos bocas, las dos lenguas y las cuatro
manos, de manera que yin y el yang se opongan completamente...”
(Maspero, 2000: 544).
Esta ceremonia
luego abolida por la moral budista muestra la unión de los opuestos mediante el
rito. El dragón y el tigre son símbolos complementarios que llevan a la unión
de los opuestos. El dragón de acuerdo a Eduardo Cirlot, es un animal
fabuloso, figura simbólica universal, que se encuentra en la mayoría de pueblos
del mundo, tanto en las culturas primitivas y orientales como en las clásicas.
Cuando él realiza un examen morfológico de los dragones legendarios percibe en
ellos una suerte de confabulación de elementos distintivos tomados de animales
especialmente agresivos y peligrosos, serpientes, cocodrilos, leones y también
animales prehistóricos.
Krappe
(citado por Cirlot), cree que en la génesis de la idea mítica del dragón pudo
intervenir el asombro al descubrir restos de monstruos anteviluvianos que
configuraban una presencia extraña y primigenia. Por tanto, el dragón es, en consecuencia, “lo animal” por
excelencia mostrando ya por ello un aspecto inicial de su sentido simbólico, en
relación con la idea sumeria del animal como “adversario”, en el mismo concepto
que luego atribuyó al diablo. En las religiones chinas aparece entronizado y
deificado porque asume condiciones de cuidado, protección, sabiduría, etc. Es
el emblema del poder imperial. Mientras el emperador usa el dragón cinco garras
en sus ornamentos, los oficiales de su corte sólo pueden usar el de cuatro
garras. Para los chinos los dragones son monstruos con el cuerpo recubierto de
escamas, con cuatro patas, capaces de ascender al cielo y andar sobre las
nubes, lo que le atribuye poder sobre las lluvias. Se acostumbra hacerle
rituales donde crean enormes dragones coloridos que danzan en procesión y que
buscan que el agua retorne tras la sequía. Esto se debe, según Tchoang Tseu, a
que el dragón y la serpiente, investidos de la más profunda y total
significación cósmica, simbolizan “la vida rítmica”. La asociación
dragón-rayo-lluvia-fecundidad es frecuente en los textos chinos arcaicos, por
lo cual el animal fabuloso es el elemento de relación entre las aguas
superiores y la tierra […] Desempeñaba, pues, un importante papel de
intermediario en las potencias cósmicas, entre las fuerzas distribuidas según
los tres estadios esenciales (alto, espíritu, medio, vida y manifestación;
bajo, fuerzas inferiores y telúricas) del simbolismo del nivel. Asociado a su
sentido hay un poderoso componente de fuerza y velocidad. Las más antiguas
imágenes chinas del dragón se asemejan a las formas del caballo. (Cirlot)
En
sentido general el símbolo del dragón significa el enemigo primordial al cual
es necesario combatir como principal prueba del héroe: Apolo, Cadmo, Perseo y
Sigfrido vencen el dragón. También se le atribuyen propiedades de fortaleza
y vigilancia pues su vista es agudísima
y parece ser que su nombre procede de la palabra griega dercein (viendo)
(Cirlot). Esta cualidad les otorga capacidad de vaticinio, sabiduría y
adivinación.
En
occidente, sobre todo en la edad media, el dragón es representado con pecho y
patas de águila, el cuerpo de enorme serpiente, alas de murciélago y la cola
terminada en dardo y vuela sobre sí misma. Estas partes, según Piobb,
significan la fusión y confusión de todos los elementos y posibilidades: águila
(cualidad celeste), serpiente (cualidad secreta y subterránea), alas (posibilidad
intelectual de elevación) y cola en forma del signo zodiacal de leo (sumisión a
la razón). Pero, en términos generales, la actual psicología define el símbolo
del dragón como “algo terrible que vencer” pues sólo el que vence al
dragón deviene héroe (Cirlot).
El tigre
según Eduardo cirlot:
“Símbolo de la cólera y la crueldad. En china
símbolo de la oscuridad y la luna nueva”, pues la oscuridad asimila siempre a
las tinieblas del alma, corresponda al estado que los hindúes denominan tamas,
en el símbolo del nivel, y al desenfreno de todas las potencias inferiores de
la instintividad. Ahora bien, en china, el tigre parece desempeñar un papel
similar al del león en las culturas africanas y occidentales. Aparece, pues,
como este, en dos estados diferentes (y como el dragón): como fiera salvaje y
como fiera domada. En este aspecto, se emplea como figura alegórica de la
fuerza y el valor militar puesto al servicio del derecho. Cinco tigres míticos
son investidos de la misma significación que en el cristianismo- sólo en el
aspecto de orden espacial y defensa de ese orden contra el caos –desempeña el
tetramorfo. El tigre rojo reina en el sur, su estación es el estío y su
elemento el fuego; el tigre negro reina en el norte, y en agua y en el invierno;
el azul reina en el este, en la primavera y en los vegetales; el tigre blanco
domina en el oeste en el otoño y en los metales. Finalmente el tigre amarillo
(color solar) ocupa la tierra y manda a los otros tigres. Se halla en el
centro, como el emperador en el centro de la china y la china en medio del
mundo. Esta división por cuaternidad más el quinto elemento central, es
arquetípica de lo situacional, como ha estudiado Jung”.
Tanto el dragón como el tigre forman un número
cuatro para formar los puntos cardinales, los cuatro elementos o los cuatro
mares. Es una coniunctio[1]
pues “los
factores que se entrelazan en [esta] están pensados como opuestos que se
contraponen de manera hostil o se atraen mutua y amorosamente” (Jung, 2002: 15). En el centro, emerge la quinta esencia o la
función trascendente, que forma al emperador dragón o tigre. Esta emergencia de
un símbolo de centralidad alude al arquetipo del Si mismo planteado por Jung y
se ve reflejado en el personaje Dohko. Él encarna ambas polaridades, las domina
tanto en cuerpo y espíritu, y por tanto se viste de la armadura dorada de
libra. El oro, elemento sagrado y divino, es otro de los representantes de esa
centralidad alcanzada cuando los opuestos se unifican. Vestir la armadura de
libra evoca la idea de ley y justicia, “que se interpone entre la acción libre
de la voluntad individual y la esencia misma del ser” (anónimo, 2003: 203).
Esta particularidad también acerca al caballero (santo) Dohko al significado de
balanza pues en él se ven reflejados el orden, la salud, la armonía y la
justicia. Además es quien ostenta las doce armas para restablecer el orden
cuando la voluntad individual intenta sobrepasar la universal. La justicia
sobre todo es el símbolo guía de esta armadura pero dicha cualidad necesita una
larga meditación sobre la realidad y sus sucesos, con el fin de ser un juez
justo para no condenar pues la justicia involucra más el retorno al orden que
en sí, el castigo. “Hay que conocer, por tanto, lo que se sabe y lo que se
ignora cuando se pronuncia un juicio“(anónimo, 2003: 204).” La intuición es la guía de ese proceso pues al “percibir el alma de los seres, sólo
se ve en ellos la imagen de Dios. Viendo en esto y sabiendo que el alma del
pecador es siempre la primera víctima de cualquier pecado o crimen que pueda
cometer, la intuición no puede desempeñar otro papel que el de abogado”
(anónimo, 2003: 204-205). Es por todo ello que Dokho le dice a Máscara de
muerte, Caballero de oro de la casa de Cancer, cuando viene a matarle lo siguiente: “Será que
la definición de justicia e injusticia cambian según sea el momento adecuado,
la historia lo ha probado, lo que el Patriarca intenta hacer ahora puede
parecer maligno, pero si llega a ganar podría parecer un acto de justicia para
otros, en otras palabras, el poder lo hace justo a la vista de los demás, si tu
pierdes entonces serás injusto (episodio 38). Eso es comprenderlo todo para
lograr perdonarlo, para evocar el lamento de cristo en la cruz: “padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). En ese momento el agresor se retira
porque se ha dado un veredicto justo.
Volvamos de nuevo a la Coniunctio para amplificar el
hecho de que los dos estudiantes del maestro Dokho sean el dragón y el tigre: Shiryu
y Ohko. Sabemos que para que un aspirante
logre el grado de Santo o caballero, no sólo debe dominar el arte de la lucha
sino conseguir que la energía del cosmo se eleve a la potencia correspondiente
a la armadura. Además cada signo presenta una equivalencia con las constelaciones
astrológicas que le permiten despertar su
energía constituyente. El entrenamiento del dragón Shiryu se logra evidenciar en el siguiente párrafo
dicho por el maestro de libra:
“Escúchame bien, debes
imaginar que tu cuerpo ya no existe, que tus músculos y tus huesos son tan
ligeros como una pluma, que el peso del tu cuerpo ha desaparecido; conviértete
en una planta que resiste todas las intemperies, con los pies firmemente
arraigados en la tierra y las manos agarradas al cielo. No te dejes llevar por
el viento, pero no le resistas. Cuando llueva, conviértete en una piedra sobre
la cual las gotas se estrellan. Conviértete en dragón ante el torrente, remonta
contra corriente. Conviértete en una montaña cuando te enfrentes al mal,
aprende a seguir inmóvil pase lo que pase, incluso si tu vida está en peligro,
tu voluntad debe ser más fuerte que tu instinto”.
Tanto Shiryu como Ohko son entrenados de esta
manera. El primero es pacífico, calmado, reservado, moderado y espiritual, es
el "alumno modelo y respetuoso del maestro. El otro es rebelde, se muestra
temperamental e impulsivo, es el niño inquieto, egocéntrico y bravucón; no
termina su entrenamiento, ya que está sediento de nuevos combates. Esta
complementariedad tigre/dragón refleja la contrariedad inherente de su maestro,
la cual se contrapone cuando ambos caballeros luchan entre sí. Esto representaría
el eterno simbolismo de la lucha por el equilibrio. El dragón vence al tigre no
por ser más fuerte sino por integrar el armonía de ambas polaridades. Esto
explicaría la posterior herencia de la armadura de Libra por parte de su
maestro Dokho. Shiryu es predominantemente dragón, es decir Yin, tendiente a lo
calmo y femenino, y su contraparte es el tigre, que abarca lo Yang, tendiendo a
lo activo y masculino. Su maestro es todo lo contrario y esto permite que sean
personajes antagónicos. En ambos, el largo camino de batallas, meditación e
introspección, no sólo incrementó su lado dragón sino también el tigre. El
maestro pasa más de 200 años meditando junto a la caída de agua de las
montañas, una acción netamente intuitiva, que desarrolla el lado yin y aquieta
su tigre. Shiryu por su parte, emprende su camino guerrero, unido al tigre, de
tipo Yang, lo que le lleva hasta el conocimiento del séptimo sentido. Es particular
resaltar que en ese recorrido este personaje se infringe una herida que le hace
perder la vista. Al chuzarse los ojos
para evitar mirar al caballero de la Gorgona es sin duda un acto para dejar de
ver lo que en cierta medida limita y obstaculiza. También es un acto de
introversión, de entrar a lo más profundo de la intuición y dejar de ver con
los ojos del mundo para iniciar a vivenciar el mundo con la sensación y la
intuición. Deja además un símbolo profundo cuando recupera la vista, pues un
órgano dañado se regenera gracias al incremento de la energía vital o cosmo
logrado a partir del séptimo sentido, es decir, deja de ver con los ojos y
comienza a sentir el mundo desde el alma.
Sentir el mundo desde el alma, desde el reconocimiento
del cosmo y su posterior expansión en busca del séptimo sentido, es lo que
convierte a un caballero de bronce en uno de oro. Esta cualidad no es un
abstracto racional, ni un logro que se mide con la consciencia pues se trata
del proceso de llegar al potencial que uno es, es decir el proceso de
individuación descrito por Jung. Una mirada a las religiones japonesa y china,
pueden acercarnos a esto, al precisar la importancia que dan estos pueblos a
esta energía que centra, que unifica y realza las condiciones físicas, espirituales,
y psicológicas de un ser humano. Ellos le han llamado Aliento o Ki (Qi), que es
la energía vital y el espíritu de la comunicación con todo. “El aliento es
grande y fuerte. Alimentado por la rectitud y el abrigo de las pasiones, el
aliento llena todo lo que está entre el cielo y la tierra”( Rubio,). Es una
energía que unifica el sistema de resonancias cuyas partes corresponden
armónicamente. El caballero o santo, cuando eleva su Ki o Cosmo, puede entrar
en equivalencia con esa energía universal (igual que hace el poeta chino o
japonés, el practicante de budismo zen, etc) y llevar a su combate el ki para
crear una marca identitaria que le caracteriza por su armonía con el cielo y la
tierra, con el yin y el yang. En esa medida, el caballero aspira a
identificarse con el Tao, ese Principio del universo y verdadero camino de
perfección. Lo cual le permite transmitir en sus ataques la energía total de su
alma porque se ha liberado de lo artificial y redescubre lo armónico, lo
natural y espontaneo por tanto su Ki corresponde al cielo y a la tierra. Este
proceso de verdadero caballero de oro es logrado por los caballeros de bronce
al superar la técnica de combate y olvidarla, al separarse de su yo y disponer
de su vida para sacrificarla en bien de todos, al entregarse al acto mismo de
su ser y no mirar el resultado que se va a alcanzar. Carlos Rubio da dos
ejemplo de esto. El primero se basa en la idea del gallo de pelea. Este se
encuentra listo para pelear cuando ya no tiene orgullo, cuando no reacciona ante
el gallo rival. Cuando olvida esto es invensible. El segundo ejemplo se remite
a un carnicero que usó un cuchillo por un mes. Luego otro cuchillo por un año y
finalmente ninguno durante 20 años. Corta la carne con el alma.
Esto es posible porque tanto el caballero, como el
gallo o el carnicero primero entran en el vacío, luego calman el espíritu hasta
unirse a la energía del Tao mediante la abolición de los deseos del ego y
finalmente encuentran el satori, la iluminación, el cosmo, el nirvana, que es
un estado de unión con la naturaleza del universo. De ello se desprende la
conclusión de que el Ki, siendo un talento personal, debe ser descubierto con
el tiempo y por el mismo dueño. Cuando esto acontece en el alma puede, según
los chinos y japoneses, visualizarse en la manifestaciones de la persona. Por
ejemplo, en un poema, el Ki es visible en el trazo, la armonía de las palabras,
y modo de ser único que engrandece el placer estético. En las personas en
general, el encontrar el ki, el centro mismo de su ser, les potencializa hacia
el proceso de individuación.
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